Del Gris al Picota intenso.
DEL GRIS AL PICOTA INTENSO
Su vida transcurría obstinadamente gris. Cada mañana, salía de sus sábanas grises al subsuelo gris para tomar el tren que le llevaba a su oficina gris. Bajo la fría luz de los fluorescentes, rodeado de montañas de papeles y el incesante sonido del teléfono, pasaba las horas más grises del mundo, vacío de ilusiones, sin sueños y sin horizontes. Tan sólo el humo gris de la ciudad al otro lado de los cristales.
Le conocí una tarde más gris que todo el alma suya que asomaba por sus ojos. Encontré una mirada tan fría que me refrescó el pensamiento de una tarde oscura y pesada en medio de un agosto insoportable, tórrido y desangelado en la ciudad, y, decidí cambiar el rumbo de nuestros silencios. O, quizás desviarlo.
Me fijé en su pelo. Tenía un remolino en el flequillo que desentonaba alegre entre sus canas. Cuando le ví, supe que necesitaba encontrar algún color que le hiciera soñar. Y así fue que le tendí mi mano y una copa de vino. Y después otra, y otra más.
Y así fuimos cruzando la noche, desnudando aquel gris de su mirada y vistiéndonos los dos del más intenso picota que el vino soñó con brindarnos. Pasadas las horas, yo le seguía hablando de aquel pequeño sueño mío, hecho realidad en nuestras copas. Le conté que la botella de Destiempo que tenía delante estaba llena de vida. Y de mi vida. Le conté que Destiempo es poesía, que se expresa pleno de juventud, potencia y armonía a ritmo alegre de fruta madura fundida en elegante abrazo con matices tostados y de especias. Que se muestra sensual y fresco, llenando la boca de intensidad. Que evoca apasionados versos manuscritos en cada copa, deseo en tiempo de destiempo.
Aquella noche fue la primera de tantas otras noches y días que después compartiríamos, dibujando sueños de vino y poesía.
Unos años después, cuando la mañana se desperezaba frente al mar en un pueblito del Sur y yo leía mi revista de vinos habitual, me topé con aquel remolino en el flequillo y unos ojos de mirada brillante en una fotografía llena de color, junto con su nombre y un artículo de opinión que comenzaba diciendo:
“Mi vida transcurría obstinadamente gris. Pasaba las horas más grises del mundo, vacío de ilusiones, sin sueños y sin horizontes. Tan sólo el humo gris de la ciudad al otro lado de los cristales.
Una noche de agosto, ella me hizo soñar y me descubrió este maravilloso mundo en el que vivo inmerso. Precisamente aquella noche, me bebí mis destiempos en todas las copas de Destiempo que tomamos. Era su primer vino y hoy, unas cuantas vendimias después, quiero hablar del Destiempo actual, que me sigue llenando de color, tal y como aquel día en que mi vida empezó a desvestirse de gris para teñirse de picota intenso.”
Hablaba de mi vino con cariño en aquel artículo, pero, realmente, hablaba con cariño de su cambio de vida. Le leí como si estuviera mirando a sus ojos, ahora vivos y llenos de color. Sonreí y me alegré de reconocerle en su nuevo sueño de vino y poesía. Se había convertido en un prestigioso crítico y, sobre todo, en una persona feliz e ilusionada con su cotidiano navegar entre todos los vinos que puede descubrir y describir.
Así sucede. El vino nos abre un mundo mágico de sensaciones que nos cambia la vida para teñirla de color. A mí me da felicidad desde hace años. Y a él… Estoy convencida de que también, pero, voy a llamarle para cenar, y, que me cuente.
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